Postrado en su silla, suspiró lentamente antes de intentar fallidamente prender un cigarrillo, el último del paquete, con un encendedor gastado. Estaba frustrado, insatisfecho… Cerrar los ojos le molestaba. Volvió a intentar.
-Aquí tiene, señor- Sonrió por la propina una camarera que se acercó- ¿Le sirvo algo?
Él tomó el encendedor y logró el bendito cometido. Subió la mirada sin disimulo y vio a la mujer: bella; su gran sonrisa mostraba como un libro abierto su estupidez. “Podría tener sexo con ella… algún día” Pensó y se vio idiota… Obnubilado por la turbia nube de su imaginación dijo:
-Un café, por favor- y se arrepintió.
-Muy bien- Concluyó mientras le robaba el encendedor de las manos- Ya le traigo-.
Aquel joven era quizás atractivo. Su nariz puntiaguda era rozada por un pelo negro y espeso, el cual, a pesar de su maltrato, se mantenía aparentemente peinado. También tapados por su pelo, sus ojos, de un negro penetrante eran acompañados por unas disimuladas ojeras.
No era capaz de fumar lento. Sabía que era su último cigarrillo y no se podría comprar más por la tarde. Sin embargo, al volver la camarera, ya lo había consumido. Ella dejó el café y se fue antes de que el pudiera entablar una conversación.
El vio el café...no lo tentaba. Estos últimos días fueron para él de suma tristeza y confusión; le cerraron el estómago. “Estoy muy delgado, debería comer” pensó, pero supo admitir que, a pesar de su situación física en declive, estaba más atractivo que antes.
Tomó un trago de café, y notó que éste ya se había enfriado en el corto tiempo en el que él reflexionaba. Con rechazo lo dejó y pidió la cuenta. A su alrededor vio el escenario de un viejo café del Buenos Aires de antaño.
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